¡Sí! ¡Bravo Micheletti, machote! ¡Ya era hora! Ya basta de macizas muchachas venezolanas cimbreando sus pechos enhiestos embutidos en escotes amarillos. Ya vale de marfileñas momias que huyendo de la reveladora luz solar agitan las joyas bruñidas por sus sumisas cholitas en Santiago o en Santa Cruz. Estamos cansados de los bronceados chulitos de todo el continente, sus ensortijados cabellos engominados, sus deportivos y sus camisetas blancas, pegadas a sus torsos de gimnasio, impolutas, recién lavadas por un ejército de criadas. Ya era hora que surgieran detrás de sus caritas alegres, el auténtico rostro de sus papás. Cincelado en sinvergonzería y crueldad, domesticado para el gringo en la Escuela de las Américas, granujiento y granuliento, picado y rezumante de la grasa de las amenazas y del barrillo de las maldiciones, Pinochet, Somoza, Noriega, D’Aubuisson.
Micheletti, que esgrime un ejemplar de la Constitución hondureña ante las barbas de un periodista “extranjero”, él, enroscado en el patriotismo de ese apellido que denota un indudable pasado de raigambre en la tierra, casi maya. Usted, “el de fuera” ¿cómo se atreve a cuestionarme? A mí, a quien legitiman mis antepasados, que, seguro, cruzaron por el estrecho de Bering hace quince mil años. “Usted no se ha leído nuestra Constitución” espeta para justificar el secuestro y deportación nocturna de su presidente y compañero. A ver, seamos francos Don Roberto Porque a usted, como a tantos patriarcas latinoamericanos le gusta que le llamen de “Don” ¿verdad?, aunque igual no se lo merecen y desconocen la ironía de que los grandes “Don” de este siglo han sido los padrinos mafiosos. Insisto, Don Roberto, seamos francos, porque estoy seguro que, pese a haberse pasado literalmente media vida con el culo atornillado al escaño de diputado, usted tampoco se la ha leído. Porque no le hace falta, ¿verdad Don?
Total, pone lo que pone en todas las Constituciones latinoamericanas que esos malditos indios se empeñan en cambiar. Poesía pútrida hasta empalagar sobre montañas, cañones, mares y banderas, un vacío que marea, bajo el que suibyace el hieratismo de un arcaico sistema de castas, inmóvil, eterno. Total, no hace falta leérsela porque seguro que está inscrita a fuego esa frase lapidaria que he tenido que soportar tantas, tantas veces, en el continente: “Esta tierra nos pertenece”. Obviamente cuando dice “nos” no lo dice en el sentido popular, colectivo, inclusivo, de la canción de Woody Guthrie “This land is my land”. No, cuando dice “esta tierra es nuestra tierra” se refiere a sus cuatro amigotes, a sus jovencitas turgentes, sus niñatos musculazos y sus esposas cleptómanas, el conjunto de descendientes que bajaron de los barcos con la viruela y las ratas, y no se sabe cuál más dañino.
Ya. en mi columna de hace unos meses “¡Pueblos del mundo, dejad de joder!, trataba de retratarles, a ustedes no porque no hay suficiente tinta vitriólica, sino a su rabia, su bilis, su babeante e innata irritación, ante la rebelión generalizada de todo lo que consideran despreciable, es decir, sus compatriotas, los extranjeros, las democracias occidentales, el resto del mundo, el universo, todo excepto ustedes, los elegidos por no se sabe que maderas clavadas encontradas en la sentina de la Inquisición de la que proceden.
Pero todos parecían haber ido a comprar títulos de academias de gurús de mercadeo de tres al cuarto y libros de autoayuda de curitas evangelizadores que retozan en las playas de Miami (al menos Cutie no se lió con una menor, pero su hipocresía conservadora era igual de grande) cuando surge usted, Don Roberto. Old Style. Como se tiene que ser. La cara auténtica de la oligarquía centroamericana. Feo, viejo, gordo y facha. Por favor, es usted perfecto, sólo le faltan las gafas de sol. Y blanco, inmaculadamente blanco. Con la unanimidad de clase, los jueces y los caciques parlamentarios, sus colegas de colegio religioso y burdel de fin de semana, en una mano y con los tanques en la otra. Gracias por ese detalle, Don Roberto. ¿Desde cuándo no se veía un buen tanque en un buen golpe de Estado? ¿Desde Tianamen? Bueno, ya puestos, ¿desde cuando no se veía un buen viejo golpe de Estado?
¡Bravo, Don Roberto, machote! Por haber devuelto al ejército su papel clásico, podríamos decir operístico, en la vida latinoamericana. Eso tiene más sabor selvático, más aroma histórico a café y bananas que el Macondo de García Márquez. Esos criminales de uniforme churrigueresco, grandilocuentes y barriobajeros, que nunca han ganado nada. La guerra del Chaco, la del fútbol, son sainetes sangrientos para difundir la muerte y la calamidad entre hermanos. En las excepcionales ocasiones en que han utilizado a sus servidores contra un invasor extranjero, los Niños Héroes de Chapultepec o los adolescentes ateridos y desvalidos de las Malvinas, torturados y abandonados por sus oficiales, los han enviado a la autoinmolación y al exterminio por su manifiesta incompetencia como dirigentes. Todos los ejércitos del mundo, pero especialmente los suyos, lacayos del Imperio, sólo han servido para la dictadura, la tortura, el espanto y el latrocinio masivos.
¡Bravo, Micheletti, machote, por habernos devuelto la tradicional envidia malsana por Costa Rica! Con su economía equilibrada, su industria turística por su vida social sin sobresaltos, su tranquila corrupción civil y sus presidentes procesados y encarcelados, su economía equilibrada, digo, por no seguir el ejemplo de los demás, que con ingresos ruinosos, se permiten desafiar todo buen juicio dedicando un buen pellizco al Dios voraz de la Guerra.
Y, por último, un bravo para Micheletti por desenmascarar demonios más allá de las humildes y artificiales fronteras de Honduras. Los gritos de los grandes simios despiertan a otros y, cuando se encuentran, a todos ellos les gusta esgrimir sus caninos, sus mazas y sus testículos. El vociferio ululante atraviesa las junglas y excita a los pequeños micos tricolores, que a su vez se alzan sobre sus tacones para amenazar a su propio presidente. “Que se mire en el espejo de Zelaya”. Eso, patriotas de pacotilla, cipayos tropicales, se llama Traición. Mucho llenarse la boca con la patria y se agarran a los blindados cobardes del vecino para insinuar que no todo está perdido, la vieja nostalgia por la que la fuerza es más potente que la razón y el voto. Tentaciones autoritarias aparte, la arcada sonora de Don Roberto es tan sibilina que cruza los océanos y también estimula al gran mono colorado durmiente de Oxford. El Gran Comandante Guerrillero que tampoco ha ganado nunca nada, ni siquiera sobre el papel, también se agita y se turba y se envalentona, y con sus chilliditos de chimpancé impresos en papel cuché, y utilizando una conocida táctica de comunicación, especialmente de comunicación de crisis, “cuando ya no te queda nada, para excusarte acusa a las víctimas”, ataca a los vencidos, a los caídos, a los desfavorecidos, a las masas, la culpa es de ellas que provocan, como los jueces seniles o los arzobispos salidos que acusan a las mujeres de sus propias violaciones y a los niños de sus propios abusos “porque van provocando”. Y es que lo que subyace a todo esto es un sentimiento generalizado que las oligarquías comparten en sus sobremesas en Miami o en Aspen, esta “moda” de que los pueblos se crean y usen la democracia, “es que van provocando y acaba pasando lo que pasa”.
La prensa occidental, tan sofisticada ella, coincide en que Mel es un cateto, Desde que se fue “descarriando” hacia el ALBA, antes no ¡que curioso! (debe ser sólo ahora que han dispuesto de las fotografías en que se le ve tocado con su sombrero de llanito). Yo, que he entrevistado a ambos, concedo que Mel puede que sea un provinciano, pero su rival en las elecciones, de la misma extracción caciquil y derechona, Porfirio “Pepe” Lobo, bajo, igualmente, una patina de canalla simpático, es un perro rabioso que proponía a los hondureños elevar el linchamiento a política de Estado. Y, en todo caso, si Mel es un cateto, como si Don Roberto es un gorila, son un cateto y un gorila que su pueblo han querido que estuviesen ahí.
Gracias a Don Roberto, el mundo, pues, vuelve a contemplar a Centroamérica como una reedición barata del Planeta de los Simios. Cuándo aprenderán las repúblicas bananeras, como lo era España en la época del “Si ellos tienen UNO, nosotros tenemos DOS”, que si los vecinos, los países donantes y amigos, el continente, la OEA, la ONU, ¡y hasta los EE.UU. y el Vaticano! os susurran “ei, chicos, parece que os habéis equivocado”… ¡es que os habéis equivocado! Parecía que había llegado la hora de desterrar de una vez esa costumbre patética del Istmo de, como hizo El Salvador con el caso de la OIT, ignorar, de hacerse el loco o el sordo, cuando todo el mundo civilizado y no civilizado (y que cada uno elija cuál es cuál), le comenta a uno que esta errado, con h o sin ella, y que debe cambiar su comportamiento. Pero parece que los Don Robertos de la región han heredado lo peor de la herencia de sus apellidos de pillos en fuga del Viejo Continente: el empecinamiento extremo, la tozudez más absurda. Nicaragua, donde el otro guerrillero de retaguardia ahoga hasta el honor y buen nombre de la izquierda; Panamá, que vuelve a entregarse como una añosa gata seducida por el Berlusconi rijoso de turno; Guatemala, donde lo incipiente se ha quedado en eso, paralizado a cañonazos de narco y matanzas de primera y segunda clase que suscitan horrores diversos –se ve que no es lo mismo blanco que marrón, no valen lo mismo mil maestros, conductores de bus, obreros que un abogado, “uno de los nuestros”-; ahora Honduras, con la vuelta de los muertos vivientes. Alguien está reconquistando el terreno para la bajeza, la ruindad y el humo grasiento de las piras funerarias.
¿Y Uribe? Bien, gracias. Con su perfil de magnánimo imperator y camino de su tercer período de triunfo, brillantez y unos pocos miles de desaparecidos
(Tomado de http://www.lapagina.com.sv)